Tú y yo
Niccolò Ammaniti
Novela
Ed. Anagrama, 2012, 131
págs.
Este relato
—cuento largo— me lo recomendó este verano Xavier Calicó (algún día les hablaré
más de él), con quien comparto la afición literaria y con quien siempre que nos
vemos no dejamos de intercambiar lecturas. Como Xavier lo elogió tantísimo, no
dudé en sacarlo de la biblioteca (muy a mi pesar ya no compro libros debido a problemas
de espacio y de dinero) en cuanto volví a Barcelona.
Y sí, desde
luego tenía razón, es muy bueno. La historia transcurre a lo largo una semana durante
la cual el narrador y protagonista, Lorenzo, un adolescente de catorce años, se
encierra en el sótano del edificio donde vive, fruto de una mentira, en
principio inocente, que sin saber muy bien cómo se va volviendo irremediablemente
en su contra. Una vez instalado, recibe la inesperada visita de su hermana
Olivia, nueve años mayor que él, hija de su padre y una mujer con la que tuvo
una relación antes de conocer a la madre de Lorenzo, que vendrá a desbaratar sus
planes e impedir que disfrute tranquilamente de su clausura voluntaria.
A pesar de lo
que leo en la contraportada, no comparto la opinión de que se trate de una
novela de formación ni de que Ammaniti ofrezca “una nueva y desgarradora visión
de ese mundo adolescente del que es cronista excepcional”. Precisamente creo
que el mayor acierto del libro es enfocar la adolescencia tal y como es: un
periodo de cambios y contradicciones, sí, pero ni tan traumáticos ni tan
radicales y desgarradores como algunos piensan y muchas novelas pretenden hacer
creer. Hay personas que recuerdan la pubertad como algo horrible, conflictivo y
depresivo; qué quieren que les diga, yo me lo pasé muy bien. Pregunto en mi
entorno social y la mayoría de las respuestas coinciden: ojalá volviera a tener
15 años. Y así es como Ammaniti enfoca el relato, evitando caer en el truco
fácil del adolescente atormentado, exacerbado, hiperromántico y/o de tendencias
suicidas; simplemente lo presenta al natural. Sí, de acuerdo, Lorenzo es un
poco huraño (“No empecé a hablar hasta los tres años y la conversación nunca
fue mi fuerte. Cuando un desconocido me dirigía la palabra, le contestaba sí,
no, no lo sé. Y si insistía le contestaba lo que quería oír. Las cosas una vez
pensadas, ¿qué necesidad hay de decirlas?”), uno de los marginados de la clase
que no acaba de encontrar su sitio entre los grupitos que se forman a la hora
del recreo (“Cuando estaba solo era feliz, con los otros debía actuar”), ¿pero
quién encaja perfectamente a esa edad? En este sentido no pueden evitarse las
comparaciones con Holden Caulfield, otro ejemplo de adolescente outsider sin mayores aditivos.
Ahora bien, el acontecimiento que realmente dispara la acción es la súbita irrupción de Olivia, con nocturnidad y alevosía, en el búnker de Lorenzo. Lo que en principio parece una visita casual, una estancia de una sola noche, se convierte en una invasión en toda regla, gracias a la cual los dos hermanos —que se han visto en contadas ocasiones, que prácticamente ni se conocen y a los que separan muchas más cosas de las que los unen— se verán obligados a compartir un espacio minúsculo por motivos bien distintos. No quiero seguir desvelando la trama porque acabaré contando cosas que es mejor que el lector descubra por sí mismo. Lo que sí puedo decirles es que ambos sufren su propio vía crucis —ella físico, él emocional— después del cual ya nada volverá a ser lo mismo.
Ahora bien, el acontecimiento que realmente dispara la acción es la súbita irrupción de Olivia, con nocturnidad y alevosía, en el búnker de Lorenzo. Lo que en principio parece una visita casual, una estancia de una sola noche, se convierte en una invasión en toda regla, gracias a la cual los dos hermanos —que se han visto en contadas ocasiones, que prácticamente ni se conocen y a los que separan muchas más cosas de las que los unen— se verán obligados a compartir un espacio minúsculo por motivos bien distintos. No quiero seguir desvelando la trama porque acabaré contando cosas que es mejor que el lector descubra por sí mismo. Lo que sí puedo decirles es que ambos sufren su propio vía crucis —ella físico, él emocional— después del cual ya nada volverá a ser lo mismo.
Finalmente, tras
un desenlace que el lector ya intuye (aunque no por sabido es menos demoledor),
una breve nota en la última página le deja a uno con una terrible sensación de
malestar, con un frío epidérmico del que cuesta desembarazarse y que perdura
varios días después. Lo primero que pensé al cerrar el libro es que las 131
páginas saben a poco; yo querría que la novela tuviese otras 100 o 200. Te
quedas ansioso de saber más cosas, de que te sigan contando; te resistes a
aceptar el final, pero ya que es imposible cambiarlo, exiges que por lo menos te
den más explicaciones. Ammaniti, no me dejes así…
Sé que suena
raro, pero cada vez que recuerdo este libro me asalta una nostalgia extraña, una
melancolía que sé que no es mía y sin embargo la siento como mía. Dicho de otro
modo: yo no sabía quién era Marcella Bella ni jamás había escuchado Montañas verdes, pero ahora, cada vez
que oigo ese tema, no puedo evitar que se me ponga la piel de gallina; imagino
a Olivia —bellísima, esquiva— contorneándose lentamente, cantando en voz baja,
bailando con Lorenzo, y los ojos se me inundan de una tristeza que no me
pertenece.
Es posible que
a Niccolò Ammaniti ya lo conozcan por
otras obras suyas como Como dios manda,
con la que consiguió el Premio Strega en 2007, el galardón literario más
importante de Italia, y Que empiece la
fiesta, novela finalista del premio Alabarda d'oro en 2010 y con la que se
dio a conocer en España. No las he leído (espero hacerlo pronto) y no pretendo
hacerles creer lo contrario, con lo cual no sé decirles si Tú y yo es mejor o peor que aquéllas. Lo que sí les recomiendo
fervientemente es que la lean —no les llevará mucho, un par de tardes a lo
sumo— y que disfruten de esta pequeña obra maestra.
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