Budd Schulberg
Novela
Ed. Alba, 1999, 512
págs.
(Reseña publicada originalmente en la web de BoxeoTotal el 6 e marzo de 2014)
Es posible que a
muchos de ustedes Más dura será la
caída también les suene gracias a la película homónima de Mark Robson estrenada
en 1956 y protagonizada por Humphrey Bogart. A pesar de que se trata de una
adaptación bastante fiel, si tengo que elegir me quedo con el libro, que
profundiza en una serie de detalles y personajes que la película pasa por alto.
La novela está narrada en primera persona
por Eddie Lewis, un periodista deportivo en horas bajas al que Nick Latka,
un mánager sin escrúpulos de los bajos fondos, hace una tentadora oferta de trabajo. Se trata de promocionar a su último gran descubrimiento, El Toro Molina, un peso
pesado argentino que posee un físico
extraordinario. El único problema es que, a pesar de su imponente altura y
su robusta constitución, El Toro Molina
es un boxeador de tercera fila, con una mandíbula de cristal, incapaz de
pegar ni un sello y más torpe que un pingüino con tacones. Las intenciones de
Latka están claras: encumbrar al gigante
Molina a base de combates amañados hasta que llegue a disputar el título
mundial, para lo cual necesita la
inventiva —las mentiras— de Eddie Lewis, un periodista de cierto renombre.
Tras algunos reparos y objeciones iniciales, Eddie acaba acallando su conciencia y aceptando la farsa a cambio de
una buena suma de dinero. Su trabajo consistirá, pues, en acompañar al Toro Molina en su gira de
presentación exaltando sus
cualidades, tergiversando las crónicas de los combates, inventándole un
pasado verosímil y vendiéndolo como “El Gigante de los Andes”, como “El Toro
Salvaje de la Pampa” que ha venido a Estados Unidos a vengar al también
argentino Luis Ángel Fripo por aquella famosa e injusta derrota contra Jack
Dempsey que a punto estuvo de desencadenar un conflicto internacional entre los
dos países.
Como ven, Más
dura será la caída pertenece a una época oscura del boxeo en la que
eran los promotores y no los boxeadores los que decidían los resultados de los
combates. Un tiempo de peleas en blanco y negro, de cuadriláteros envueltos
en el espeso humo de los puros sobre los que la suerte estaba echada de
antemano y en que la mayoría de los
boxeadores no eran deportistas sino actores y, en consecuencia, no ganaba el
más fuerte sino el mejor intérprete.
Afortunadamente,
aquellos días de gánsteres metidos a managers, de negocios sucios, de matones a
sueldo, de amenazas, de deudas sin saldar y de favores pendientes, ya quedaron
atrás y hoy en día el boxeo hace tiempo (aunque a veces creo que no tanto) que
dejó atrás ese turbio pasado.
Budd Schulberg (1914-2009) nació en
Nueva York y, aunque su familia pertenecía a la clase alta de Hollywood, vivió muy de cerca todo ese mundillo que
describe perfectamente en la novela. La prosa es ágil y sencilla, siempre
al servicio de un argumento entretenido
que engancha desde las primeras páginas. Schulberg tiene una especial
sensibilidad para describir a los viejos boxeadores, aquellos “que han besado
tantas veces la lona que en vez de rodillas tienen bisagras” (Pg. 16), como por
ejemplo en el siguiente pasaje: “No hay nada más aburrido que un viejo jugador
de pelota o una antigua estrella del tenis, pero un viejo luchador que ha
recibido lo suyo y ha derramado su sangre profusamente en aras de la diversión
de los aficionados sólo para acabar arruinado, machacado y olvidado, es para mí
la quintaesencia de la tragedia” (Pg. 68).
La novela combina narración,
descripción y diálogo en proporciones sabiamente equilibradas y tiene un desenlace todavía más amargo que
el de la película. Eso sí, si quieren saber cómo acaba, mucho me temo que
tendrán que leerla.