Teju Cole
Novela
Ed. Acantilado, 2012,
294 págs.
A esta
fantástica novela de Teju Cole llegué gracias a este artículo
aparecido en la revista Jot Down
del siempre interesante Félix de Azúa. Hace años, cuando estudiaba en la
sacrosanta Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y lo tenía
como profesor de Estética (a Azúa, se entiende, no a Teju Cole), su manera de
dar las clases me pareció sumamente didáctica y amena, lo que me convirtió
inmediatamente en un atento seguidor de todo lo que publicaba y sigue
publicando. Y efectivamente, sus recomendaciones nunca fallan; uno siempre sabe
que las novelas que sugiere Azúa son como las lecciones que impartía:
instructivas a la par que entretenidas. De manera que no dudé en buscar en el
catálogo virtual de las bibliotecas públicas de Barcelona el libro de Cole, que
acabé encontrando en la biblioteca de Vapor Vell, en pleno barrio de Sants.
Como vi que entre el fondo bibliográfico también figuraba un ensayo de Loïc
Wacquant sobre boxeo que llevaba tiempo buscando para reseñarlo en la sección
de “Literatura y Boxeo” de la web de BoxeoTotal en la que participo, me acerqué
hasta allí con la moto y aproveché para sacar prestados ambos libros.
La única razón
por la cual les explico todo esto es por pura procrastinación, por retrasar al
máximo el momento de hablarles sobre Ciudad
abierta. ¿Por qué? Pues básicamente porque no sé muy bien por dónde
empezar. Lo lógico sería explicar de qué va la novela, pero esa vía se agota
enseguida: de un joven psiquiatra que pasea por Nueva York, viaja unas semanas
a Bruselas y vuelve, ya está. Como ven, en el fondo no pasa gran cosa; de
hecho, pasa muy poco, y sin embargo se trata de una novela increíblemente
interesante, adictiva y excepcionalmente bien escrita.
Los paseos de
Julius, el protagonista, no son más que la excusa para dejar vagar sus
pensamientos a la deriva, saltando de un asunto a otro y de un encuentro a
otro. Los edificios de Manhattan, la psiquiatría —sus pacientes—, las
conversaciones con las personas que se cruzan en su camino, las anécdotas sobre
la historia y los lugares emblemáticos de la ciudad… la digresión, en
definitiva, es lo que vertebra la narrativa de Cole. Aquí no hay conflicto (si
acaso el único es el vagamente existencial del protagonista) ni trama trepidante
ni acción a borbotones. Entre los muchos temas que desencadena el vagabundeo de
Julius figuran el periplo de un inmigrante liberiano sin papeles, el análisis
científico de las chinches (Cimex
lactularius) y una interesante conversación sobre filosofía política e
integración racial (ésta se desarrolla en un locutorio de Bruselas, no en Nueva
York). Como ya se habrán fijado, no resulta nada sencillo hilvanar materias tan
dispares en una misma línea argumental, y aún así Teju Cole consigue hacerlo de
una forma sencilla y muy natural (aunque sí que es verdad que en algún momento
se le ven un poco las costuras). Porque —quizá estoy dando a entender lo
contrario— no perdamos de vista que se trata de una novela, y como tal también
se nos habla de la vida pasada del protagonista, de su infancia en Nigeria y de
sus relaciones familiares, especialmente con sus progenitores (ahí aparece un
oscuro enfado con su madre que no se acaba de esclarecer) y su abuela europea.
Incluso hay una especie de desenlace —o más bien revelación— final sorprendente que el autor tampoco parece
interesado en aclarar, lo cual ni suma ni resta al excelente sabor de boca que
deja la lectura de este libro.
Hace poco leía
una entrevista a Stephen King (un autor al que, según avanzan los años y
retroceden los prejuicios, cada vez tengo más curiosidad por leer) en la que
afirmaba que leía unos cincuenta libros al año (creo que la cifra era
aproximadamente esa, he estado buscando la entrevista en internet pero no la he
encontrado), y eso además de pasarse unas ocho horas al día escribiendo. El
periodista, sorprendido, le preguntaba de dónde sacaba tiempo para leer
tantos libros, a lo que King contestaba que el truco estaba en aprender a leer
a ratos cortos: en la cola del supermercado, en la sala de espera del dentista
o en un atasco de tráfico; “una vez te acostumbras, te das cuenta de que el día
está lleno de pequeños momentos que puedes aprovechar para leer” (cito de
memoria).
Pues bien, Ciudad abierta pertenece a ese tipo de
libros que uno desearía llevar siempre encima al salir de casa para poder leerlo
en cualquier momento, aunque sólo sean tres minutos, aunque sólo dispongamos de
cinco paradas de metro hasta nuestro destino... Tal es su poder de atracción.
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