Pedro Flores
Poesía
Ed. El ángel
caído, 2011, 44 págs.
(Reseña publicada originalmente en la web de
BoxeoTotal el 16 de enero de 2014)
Hoy les presento
un libro de poesía. Antes de que huyan despavoridos y abandonen inmediatamente
esta página, permítanme decirles que yo tampoco soy un gran fan del género, a pesar
de lo cual les recomiendo fervientemente la lectura de El último gancho de Kid Fracaso, breve volumen que recoge veintisiete
poemas del canario Pedro Flores. Olviden sus prejuicios y sus reparos, aquí no
encontrarán metáforas alambicadas, lenguaje artificioso ni conceptos
enrevesados; de hecho, por no encontrar ni siquiera encontrarán rima, ni
asonante ni consonante. Por eso, más que hablar de poesía, quizá sería más
adecuado hablar de poemas en prosa o de prosa poética, un enfoque que no impide
que aparezcan sublimes destellos de lucidez: “Me han dado hasta en los
recuerdos”, reconoce un boxeador tras perder un combate en Sin tregua, “Mi alma debe demasiados años / de alquiler por este
cuerpo” se lamenta un viejo púgil obligado a volver al ring para poder pagar todo
lo que debe en Inventario.
Como ven este no
es un libro sobre ganadores. Flores no elogia la gloria del vencedor ni se deja
deslumbrar por los focos del éxito, de la fama y de las grandes veladas con
cinturones en juego. Tal y como confiesa el narrador de No tengo perdón, “Podría llegar a ser campeón. / Podría entonces
tener un coche caro / y transigir en veladas benéficas. / Pero entonces esto
perdería todo / su jodido lirismo.” Así, la suya es una poesía del fracaso, del
knock out y de la caída —“Caer como
un roble en sus dominios / después de cien años mirando al Sol / frente a
frente” (Caer)—. Una poesía que da
voz a esa masa invisible de púgiles del montón, los mediocres cuyos nombres
nunca aparecerán en negro sobre blanco, los boxeadores de barrio, los pobres
que luchan por algo más que el reconocimiento, los que pelean por la supervivencia:
“Pero es siempre la misma mentira: / no es nada personal. / Otros aplauden. /
Otros cobran. / La sangre es siempre la nuestra” (Hermanos de sangre).
Los poemas de
Pedro Flores están teñidos de melancolía, del sabor amargo de la derrota, de
las frustraciones tatuadas en la piel, de la aceptación de las limitaciones que
implica la vida arrabalera de la gente humilde, de las cicatrices que dejan las
decepciones, de las batallas perdidas y de los triunfos a deshora (para otro
año perdido sin pena ni gloria). “Salgo a la calle magullado y tuerto. / Suena
desde algún lugar de este mundo / una enorme invisible campana / y comienza
otro combate / en el que tampoco gano nunca” (Sin tregua).
En general, se
trata de composiciones de versos cortos que pocas veces superan las quince
líneas y que incluso en ocasiones se acercan al haiku japonés, como en K.O. (“Si pintaran tu boca en el suelo…
/ Sería tan hermosa entonces / esa maldita costumbre / de besar la lona.”) e Inconvenientes (“Hace meses que no me
dan una pelea: / sé fingir muy bien que me caigo, / pero no sé fingir que me
arrastro.”)
El lenguaje,
como les decía, es contundente, claro, directo y descarnado como el propio
boxeo; Flores no busca decir nada más que lo que quiere decir. Sí detecto, en
cambio, cierto gusto por las referencias a lugares y personajes de la cultura clásica
(Cartago, Bizancio, los galos de Alesia, Alejandro Magno, un hoplita lacedemonio,
las Termópilas, Serotrio, Hispania, Ulises…), lo cual no supone ningún problema
para alguien que, como yo, no sea muy versado en esa temática.
Por si fuera
poco, los poemas vienen acompañados de las magníficas ilustraciones de Agnes
Daroca en las que predominan los colores vivos —el rojo sangre, los naranjas,
ocres y negros— y los trazos expresivos que complementan perfectamente esta
anatomía del fracaso que son los veintisiete poemas de Pedro Flores.