lunes, 31 de marzo de 2014

PREGUNTAS

El sentido interrogativo
Padgett Powell
Literatura experimental
Ed. Alpha Decay, 2012, 155 págs. 

¿Se puede construir una novela únicamente a base de frases interrogativas? No, no se puede. O mejor dicho, no sé si se puede —sería interesante que alguien lo intentara—, pero desde luego no es ni mucho menos lo que pretende Padgett Powell en este libro. Por lo tanto, a la pregunta que formula el subtítulo de El sentido interrogativo, ¿Una novela?, habría que responder que no, que no lo es, al menos si nos atenemos a la definición de “novela”  de la R.A.E: “Obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres”. 

El libro de Powell no narra ninguna acción ni describe absolutamente nada. Simplemente está compuesto por preguntas y más preguntas una detrás de otra, a veces relacionadas entre ellas aunque en general no parecen seguir ningún orden concreto más allá del puramente aleatorio. Esto no impide que puedan “causar placer estético a los lectores”; se trata de un libro ingenioso y, a su manera, extremadamente interesante. Me explico: entre tantísimas preguntas es imposible que no hayan varias que nos toquen de cerca, que nos hagan reflexionar, que nos permitan abordar cuestiones que de otra manera nunca nos hubiésemos planteado. En este sentido se parece mucho al libro Me acuerdo de Perec que comenté hace poco en este mismo blog, especialmente cuando Powell nos interroga sobre si “¿Haber recogido cascos de Coca-Cola para cambiarlos por dinero se cuenta entre los recuerdos entrañables de tu infancia?”, y otras preguntas por el estilo. 

Hace tiempo tuve un compañero de trabajo muy preguntón (por no decir indiscreto); siempre estaba con un signo de interrogación colgado de la boca. La mayoría eran cuestiones anodinas que optaba por no contestar, pero entre toda esa avalancha interrogativa de vez en cuando el tío daba en el clavo. Esa era la pregunta que debía hacerme a mí mismo en aquel preciso momento. Pues esto es lo que ocurre con el libro de Powell. 

Inevitablemente, la lectura se demora más de lo que parecería a priori porque tarde o temprano el lector empieza a contestar al autor —en el fondo, a sí mismo—. Casi siempre basta con sí, no, no, sí, sí, no… pero a veces hay que pararse y pensar de verdad. Pensar a fondo. Por ejemplo:

“¿Cuál es el acontecimiento más importante que ha pasado cerca de ti? (Pg. 31)
Tras largas deliberaciones, creo que las Olimpiadas de Barcelona 92.

“¿Cuál ha sido, hasta la fecha, el mejor día de tu vida?” (Pg. 61)
Uf, difícil difícil… Cualquier día de verano en la playa de Empuries, pero no sé exactamente cuál. Sigo dándole vueltas…

“Si alguien se te acerca y te dice: «Llévame a donde la música» ¿de qué manera le responderás?” (Pg. 65)
Si es un hombre le llevaría a la estantería donde guardo todos mis vinilos; si es una mujer, ¡dios! le preguntaría si quiere casarse conmigo.

“¿Alguna vez has oído la expresión «Las palmaditas que te dieron en el instituto son las patadas en el culo que te dará la vida»?” (Pg. 98)
No la había oído, pero se ajusta tantísimo a mi propia experiencia que creo que la voy a adoptar como epitafio.

“¿Hay algo mejor que la nieve fuera y el fuego dentro?” (Pg. 140)
Definitivamente, no. Quizá el fuego acompañado de un buen libro y un vaso de single malt.          

¿Recomendaría la lectura de este libro? Sí, pero sólo a los que les pique la curiosidad o a los que busquen excentricidad y riesgo en la literatura más que un argumento. Hace años (¡casi qince ya!) estuve viviendo en Lyon con una beca Erasmus mientras “estudiaba” quinto curso de Arquitectura. Recuerdo que tanto alumnos como profesores solían echar mano con frecuencia de una coletilla que decía “Parfois c'est plus intéressant poser des questions que donner des responses” (“A veces es más interesante plantear las preguntas que dar las respuestas”). A pesar de que a menudo la utilizaban porque en realidad no tenían ni idea de la respuesta y les servía como elegante subterfugio (muy francés, todo sea dicho), estoy bastante de acuerdo con la frase. Sin embargo, en más de una ocasión me entraron ganas de decir “Sí, pero tampoco nos podemos pasar la vida preguntando, de vez en cuando también hay que dar alguna respuesta”. Pues eso, ¿se puede construir una novela únicamente a base de frases interrogativas?
 

miércoles, 26 de marzo de 2014

LITERATURA Y BOXEO: “EL PROFESIONAL”, W. C. HEINZ

El Profesional
W. C. Heinz
Novela
Ed. Gallo Nero, 2012, 381 págs.
 
(Reseña publicada originalmente en la web de BoxeoTotal el 4 de diciembre de 2013)
 
Hoy voy a hablarles de una novedad, El Profesional de W. C. Heinz, una novela publicada originalmente en 1958 recientemente editada en castellano por la editorial Gallo Nero. Heinz (1915-2008) fue un periodista deportivo estadounidense considerado el decano de toda una generación de escritores como Norman Mailer, Truman Capote, Tom Wolfe, Gay Talese o Hunter S. Thompson, que hacia los años 60 crearon aquella corriente que se dio en llamar “nuevo periodismo”, caracterizada por aplicar recursos y técnicas de la literatura de ficción a los artículos de prensa en los que el autor se implicaba directamente y asumía un mayor protagonismo.
 
Es importante tener esto en cuenta porque, aunque se trate de una obra de ficción, El Profesional también puede leerse como un extenso artículo periodístico. El narrador, Frank Hughes, es un periodista deportivo que acompaña al boxeador Eddie Brown durante todo el mes previo a su combate por el título mundial de los pesos medios con el objetivo de escribir un artículo sobre él. La acción transcurre en el campo de entrenamiento de Eddie, un viejo hotel destartalado junto a un lago a las afueras de Nueva York, regentado por el propietario y su mujer, donde también se alojan y entrenan otros púgiles. Las carreras matutinas, las dietas, el trabajo de gimnasio, la relación de Eddie con sus sparrings, con su mánager y su preparador físico constituyen el material que Hughes va recopilando para su artículo, y que por extensión, forma el eje principal de la novela.
 
Por tanto, más que una novela sobre boxeo quizá habría que hablar de una novela sobre las expectativas o la preparación antes de un gran combate de boxeo; no esperen encontrar aquí una acción trepidante, a lo largo del libro en realidad no pasa gran cosa. De hecho, el desenlace, lo que es estrictamente la narración de la contienda final —que exige un tremendo esfuerzo por parte del lector para no leer por adelantado— ocupa apenas 5 de las 381 páginas del libro. ¿Dónde radica, entonces, su interés? Pues, por ejemplo, en la habilidad de Heinz para construir todo un elenco de personajes extremadamente verosímiles, se diría que casi reales, que rodea a los protagonistas: Al Penna —boxeador bromista, siempre de buen humor—, Johnny Jay —preparador físico de Eddie, ex boxeador de verborrea incontenible cargado de anécdotas, como el hilarante método que usaba para evitar pelear en la corta distancia a base de comer ajo crudo—, Girot —el servicial propietario del hotel— y muchos otros más. Mención aparte merece Doc Carroll, mánager y entrenador de Eddie Brown, auténtico filósofo del cuadrilátero, acaso el último sabio del noble arte que, a pesar de llevar más de cuarenta años de experiencia sobre sus espaldas, nunca ha coronado a un campeón del mundo. La pelea de Eddie será su última oportunidad para conseguirlo.
 
También son excepcionales las reflexiones sobre la práctica boxística que comparten Hughes y Eddie a raíz de la muerte de uno de los personajes, sobre la génesis de la pulsión que lleva a un hombre a querer pegarse con otro —“¿Qué tienes en la cabeza cuando das a otro hombre un puñetazo lo más fuerte que puedes? / Quiero batirle. Él está tratando de batirme y yo trato de batirle. Eso es lo único que hay.”—, las contradicciones que ese instinto suscita —“Peleamos así diez asaltos. No aflojamos nunca y, cuando gané a los puntos, ¿sabes lo que quería hacer? (…) Quería besarle. ¿Cómo se habría visto eso? (…) Quiero decir, durante diez asaltos quise matarle y él peleó como si quisiera matarme, y luego quería besarle. (…) Explícame eso.”— y los remordimientos de conciencia que a veces implica —“Ezzard Charles me dijo una vez que, después de haber noqueado a un hombre, a menudo empezaba a pensar esa noche, o al día siguiente, que quizá podría haber ganado sin noquearle. Empezaba a arrepentirse del KO”—.
 
Estilo de la novela es ágil, W. C. Heinz se apoya básicamente en el diálogo para desgranar las relaciones entre los personajes y describir la tensa espera, la preparación previa a un combate con un cinturón mundial en juego.
 
Para acabar, permítanme reproducir un pasaje del libro que un servidor suscribe palabra por palabra. Me van a perdonar la extensión, pero creo que vale la pena: pueden ustedes hacer un copiar-y-pegar y enviárselo a todas aquellas personas que no entienden por qué aman (amamos) un deporte supuestamente cruel y violento como es el boxeo. 
 
“—¿Por qué te gusta tanto ver boxear?
—Porque veo muchas cosas en el boxeo
—¿A qué te refieres?
—A la ley esencial de hombre. La verdad de la vida. Es una pelea, un hombre contra un hombre, y si vas a derrotar a otro hombre, lo derrotas por completo. No le matas de hambre, como intentan hacer en el mundo competitivo, elegante y limpio del comercio. Le dejas allí tumbado, en el suelo, sin sentido.
—Supongo que es eso. No sé.
—Mira. Yo no estoy defendiendo esto. No estoy diciendo que sea bueno. Solo estoy diciendo que existe. Está en el hombre, en todos los hombres. Estoy en contra de la violencia. Detesto las discusiones. Creo en un mundo en el que todo se haga mediante la razón y con honestidad, y donde la fuerza no valga para nada. Quizá llegue dentro de siglos, pero por ahora todavía queda ese resto del animal en el hombre y la ley de la vida está todavía en la ley de la selva, en la supervivencia del más apto. Mientras eso sea verdad, creo que el hombre se revela a sí mismo de forma más completa en la pelea que en cualquier otra modalidad de reto expresivo. Es la guerra generalizada otra vez, y la autorizan y venden entradas y la gente va a verla porque, sin darse cuenta siquiera, ve en ella esta verdad.”
 
Sólo por estas líneas ya vale la pena que compren el libro.
 

domingo, 2 de marzo de 2014

EL PASEANTE DIGRESIVO

Ciudad abierta
Teju Cole
Novela
Ed. Acantilado, 2012, 294 págs. 

A esta fantástica novela de Teju Cole llegué gracias a este artículo aparecido en la revista Jot Down del siempre interesante Félix de Azúa. Hace años, cuando estudiaba en la sacrosanta Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y lo tenía como profesor de Estética (a Azúa, se entiende, no a Teju Cole), su manera de dar las clases me pareció sumamente didáctica y amena, lo que me convirtió inmediatamente en un atento seguidor de todo lo que publicaba y sigue publicando. Y efectivamente, sus recomendaciones nunca fallan; uno siempre sabe que las novelas que sugiere Azúa son como las lecciones que impartía: instructivas a la par que entretenidas. De manera que no dudé en buscar en el catálogo virtual de las bibliotecas públicas de Barcelona el libro de Cole, que acabé encontrando en la biblioteca de Vapor Vell, en pleno barrio de Sants. Como vi que entre el fondo bibliográfico también figuraba un ensayo de Loïc Wacquant sobre boxeo que llevaba tiempo buscando para reseñarlo en la sección de “Literatura y Boxeo” de la web de BoxeoTotal en la que participo, me acerqué hasta allí con la moto y aproveché para sacar prestados ambos libros. 

La única razón por la cual les explico todo esto es por pura procrastinación, por retrasar al máximo el momento de hablarles sobre Ciudad abierta. ¿Por qué? Pues básicamente porque no sé muy bien por dónde empezar. Lo lógico sería explicar de qué va la novela, pero esa vía se agota enseguida: de un joven psiquiatra que pasea por Nueva York, viaja unas semanas a Bruselas y vuelve, ya está. Como ven, en el fondo no pasa gran cosa; de hecho, pasa muy poco, y sin embargo se trata de una novela increíblemente interesante, adictiva y excepcionalmente bien escrita.  

Los paseos de Julius, el protagonista, no son más que la excusa para dejar vagar sus pensamientos a la deriva, saltando de un asunto a otro y de un encuentro a otro. Los edificios de Manhattan, la psiquiatría —sus pacientes—, las conversaciones con las personas que se cruzan en su camino, las anécdotas sobre la historia y los lugares emblemáticos de la ciudad… la digresión, en definitiva, es lo que vertebra la narrativa de Cole. Aquí no hay conflicto (si acaso el único es el vagamente existencial del protagonista) ni trama trepidante ni acción a borbotones. Entre los muchos temas que desencadena el vagabundeo de Julius figuran el periplo de un inmigrante liberiano sin papeles, el análisis científico de las chinches (Cimex lactularius) y una interesante conversación sobre filosofía política e integración racial (ésta se desarrolla en un locutorio de Bruselas, no en Nueva York). Como ya se habrán fijado, no resulta nada sencillo hilvanar materias tan dispares en una misma línea argumental, y aún así Teju Cole consigue hacerlo de una forma sencilla y muy natural (aunque sí que es verdad que en algún momento se le ven un poco las costuras). Porque —quizá estoy dando a entender lo contrario— no perdamos de vista que se trata de una novela, y como tal también se nos habla de la vida pasada del protagonista, de su infancia en Nigeria y de sus relaciones familiares, especialmente con sus progenitores (ahí aparece un oscuro enfado con su madre que no se acaba de esclarecer) y su abuela europea. Incluso hay una especie de desenlace —o más bien revelación— final sorprendente que el autor tampoco parece interesado en aclarar, lo cual ni suma ni resta al excelente sabor de boca que deja la lectura de este libro.
 
Hace poco leía una entrevista a Stephen King (un autor al que, según avanzan los años y retroceden los prejuicios, cada vez tengo más curiosidad por leer) en la que afirmaba que leía unos cincuenta libros al año (creo que la cifra era aproximadamente esa, he estado buscando la entrevista en internet pero no la he encontrado), y eso además de pasarse unas ocho horas al día escribiendo. El periodista, sorprendido, le preguntaba de dónde sacaba tiempo para leer tantos libros, a lo que King contestaba que el truco estaba en aprender a leer a ratos cortos: en la cola del supermercado, en la sala de espera del dentista o en un atasco de tráfico; “una vez te acostumbras, te das cuenta de que el día está lleno de pequeños momentos que puedes aprovechar para leer” (cito de memoria).
Pues bien, Ciudad abierta pertenece a ese tipo de libros que uno desearía llevar siempre encima al salir de casa para poder leerlo en cualquier momento, aunque sólo sean tres minutos, aunque sólo dispongamos de cinco paradas de metro hasta nuestro destino... Tal es su poder de atracción.